“Me fui a Perú en 2014 buscando “el Cuzquito”, un faso al que llamábamos en el barrio “la hierba de Dios”.
“Pertenezco a un grupo de rastas seguidores de Ras Dipi, empecé a escucharlo en mi barrio El Martillo de Mar del Plata, y seguí conectado con todos mis amigos cuando me fui a vivir Gesell”.
“Nací en Calabria y Castex, y ese barrio marplatense es como mi patria. Pero en 2009 yo tenía 25 años, la policía me tenía súper marcado, y cada vez que necesitaban mostrar un detenido me venían a buscar por tonterías. Dos gramos de merca, un repuesto de auto robado escondido en el cajón, o reflotaban cualquiera de los 30 antecedentes que tengo en juzgados contravencionales de la ciudad. Nada grave, pero te demoran, una, dos noches en la Comisaría, una o dos veces al mes. Decidí entonces irme a Villa Gesell.”
“Allí, en mi barrio Monte Rincón, de Gesell, también me hice un muy buen grupo amigos fumones, pero ellos no conectaron tanto con Dipi. Todo bien igual, me hicieron parte del grupo sin historias”.
“El asunto fue que en el grupo original de Mar del Plata comenzó a circular un fasito muy dulce y potente. Le decíamos el Cuzquito, porque lo dejaba un peruano que vivía en Mar del Sud. Y yo arreglé para que cuando vuelva al aeropuerto de Mar del Plata José Antonio —ése era el nombre del peruano— pase siempre por El Martillo antes de volverse a su casa en Mar del Sur, y me deje un pedazo”.
“Te hacía volar, parecía una pepa”.
“Y quise ir a Cuzco a buscarlo. José Antonio lo cobraba fortunas, y yo creo lo mezclaba con el faso que cultivan en las afueras del aeropuerto de Mar del Plata, que pega muy poco”.
“Me hice unos mangos y me tomé un avión en el verano de 2014”.
“Bajé en Cuzco, tenía algunos datos de la zona donde crecía ´El Cuzquito´ (era en ciudad en Pisac, que queda a una hora de Cuzco) y decidí parar en un hotelito sobre la carretera 28 G”.
“El Cuzquito” crecía en las ruinas de Pisac, que son unos 7 Km de templos, terrazas y cementerios Incas”.

“Y fue en el ´Hotel Pisac´ donde conocí a Natalia. Era la hija del dueño. Supongo que les deben gustar los argentinos, porque la piba enseguida me ofreció una guitarra, me miraba tocar Charly, los Ratones, los Enanitos Verdes (son muy famosos en Perú) y multitud de temas viejos como embelesada y bueno, a la noche pasó de todo. Y es verdad, me enganché con la morochita de ojos celestones”.
“Y en mayo volví, es verdad. Un poco por ella pero sobre todo por El Cuzquito, que se me había acabado. Y se vino conmigo, se pegó. Un poco chiquilina, pero divina la peruanita. Pasamos por Monte Rincón, levanté todo y nos fuimos a Mar de las Pampas, un lugar bastante desolado pero de alquiler mucho más económico”.
“Así estuvimos más de un año, todo más o menos bien, y ella hasta quedó embarazada. Quiso tener el chico, y lo tuvo en el Hospital. Y bueno, yo un tiempito después me pudrí. No la quería ver engordar y cocinar ñoquis. Y sobre todo, ella me molestaba porque no le gustaba que yo fume delante de la bebé… ¿Qué tiene eso de malo?”
“Bueno, y me fui. Agarré el poco Cuzquito que me quedaba (éste me lo había traído José Antonio), lo subí al bolso, y me fui a Curitiba, Brasil. Un embole el idioma, no entendía nada, así es que terminé al poco tiempo en La Paz, Bolivia”.
“Hago limpieza en por las noches en la Galería “Sumaya”, y con eso voy tirando. Acá el faso es muy barato. Natalia me escribe algún Whatsapp cada tanto, pero nunca le contesté”.
Capítulo I: «El Escenario»

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